“Sálvate por mí, ¿lo harás?” dijo mientras descargaba mi equipaje del maletero de su coche en la entrada del aeropuerto. No éramos nada, y aún así revelaba que lo nuestro haría que su vida se derrumbase como un castillo de naipes. Yo me iba a un viaje fantástico, sin importarme qué o quién dejase atrás.
Incluso me ofreció irse conmigo algunos días. Cerveza, hierba, y sexo cojonudo…
Era una oferta tentadora, pero en realidad él no tenía los cojones para hacerlo… ¿Qué le diría a su novia o a su familia? ¿Que se iba al extranjero con su coño favorito?
A veces he pensado que eso era todo lo que yo era para él. No en un mal sentido (Bueno, mis pensamientos dependían de mi humor, que cambiaba constantemente). Técnicamente, yo le usaba tanto como él me usaba a mí, así que mientras la balanza se mantuviese neutral, no habría ningún problema.
También me he preguntado muchas veces por su obsesión conmigo. Quiero decir, no soy una diosa del sexo, en la cama soy hasta perezosa… ¿Por qué arriesgaría todo lo que tiene a cambio de algo de sexo? Crudo, duro, exquisito, sudoroso, agotador, eléctrico, frenético, tóxico y agridulce sexo. Hmm, creo que ya sabía la respuesta a esa pregunta.
Antes de que me fuese, él quería tenerme completamente satisfecha, supongo que para intentar que yo no buscase nada más durante mi viaje. Parece que no me conociese… Siempre estoy abierta al sexo, ya sea con él o sin él, pero le hago creer que él es el único. Creerse único le hacía ser un polvo mil veces mejor.
Me escribió diciendo que tenía una despedida especial para mí.
Había dejado las llaves en la puerta para que pudiese entrar directamente, así que me dirigí directamente al ático.
Tan rápido como crucé la puerta, me agarró por detrás, mientras me mordía el cuello y su mano bajaba por mis pantalones. No pude evitar un gemido, así que me calló con la otra mano, tapándome la boca…
Una vez desnudos, me enseñó unas esposas forradas de plumas y un antifaz de seda.
Me quedé en sus manos, y eso me preocupaba a la vez que me excitaba… Bueno, podéis imaginaros todo lo que me hizo a continuación. Ráfagas de vida se clavaban en mí con cada embestida. Fricción, sudor, gemidos y jadeos se coordinaban, e incluso dolor. Ojala el dolor fuese siempre tan dulce. Una jodida sinestesia entre dos cuerpos luchando por placer. El sexo era fantástico, y durante algunas horas, la vida lo parecía también…
Cuando por fin me fui, no podía esperar para poner en práctica mi hipótesis: El sexo así podía ser encontrado en cualquier parte, y un país extranjero era el lugar perfecto para empezar a indagar.
Este idiota, ya en casa, empezó a mandarme mensajes, contando los días para mi vuelta y pidiéndome una sesión cerda de Skype. Sencillamente, no contesté.
Al no estar acostumbrada a los líos de una noche, me esforcé para abrir mi mente… y mis piernas.
Lo haría por el bien de la historia, y para probar que mi hipótesis era acertada.
Ahora bien, el turismo sexual fue una mierda. No sé si era el alcohol, la hierba o qué.
Este es el momento en el que piensas: “Eso es porque ésta sigue pillada por el capullo de antes” y no puedo asegurar que te equivoques, pero sigo buscando sujetos experimentales… Prometo contarte más cuando tenga los resultados.
Concentrarme tanto en el sexo hizo que me plantease nuevas preguntas: ¿Podría encontrar este nivel de excitación en un nivel intelectual? Ya que me estoy cansando de tanto gilipollas.
O más importante: ¿Podría encontrar alguna vez esta excitación sexual y a la vez intelectual? ¿Era la solución mantener varias relaciones paralelas? ¿Podría encontrar a alguien lo suficientemente listo como para descubrir a la buena chica que hay dentro de mí y a la vez entender mi jodida cabeza? No lo sé. Supongo que todo esto necesita de un nuevo experimento… o terapeuta. (?)
Confesiones de una chica corriente, capítulo II.