Archivo mensual: julio 2015

Vejez instantánea

Una noche cualquiera, me sucedió algo que no sabría describir. Fue desagradable pero curioso, casi hipnótico. Conversaba con un grupo de conocidos sobre esto y aquello, cosas que no recuerdo, el típico chitchat que se desencadena en cualquier momento de la fase desinhibitoria del alcohol, y mientras le daba un trago a la enésima cerveza, miré a una chica que estaba en el grupo, que oscilaba cada minuto entre el llanto y la risa. No era la típica fase depresiva de una borrachera, sino que de repente, se le saltaban las lágrimas y comenzaba a gimotear, como si la tristeza la pillase desprevenida cada vez que volvía a sonreír.

Tenía ojeras y el maquillaje corrido, y de repente, pude ver cómo su rostro envejecía veinte años, hasta casi doblar su edad. Ya no era una chica, era una señora. Una señora de supermercado, una señora de las que pasean a sus dos yorkshire malcriados que le ladran a todo, de aquellas que te miran mal por bajar a comprar el pan un domingo sin haberte duchado antes. El pelo antes largo y rubio, ahora quemado con tintes baratos de peluquería de barrio. La cara llena de arrugas, la piel cayendo en colgajos, presa de una gravedad implacable, los dientes manchados por décadas de nubes de humo, los labios fruncidos en una mueca de disgusto y los ojos hundidos en bolsas llenas de eterno insomnio; tristes y preocupados, como los ojos de un galgo maltratado.

No podía dejar de contemplarla: era como un monumento arruinado por el viento de los años y carcomido por la lluvia ácida, y de verdad, sentí una mezcla de repugnancia y tristeza. Había perdido todo su atractivo en un momento, y de golpe, me imaginé sumido en mi propia vejez. ¿Qué sería de mí dentro de veinte, treinta o cuarenta años? Me aterró la idea de envejecer, de despertar un día siendo incapaz de moverme sin renquear, sin dolerme por algo. Siempre pensé que el dolor físico no era tan grave como aquellos dolores que consiguen paralizar un cuerpo sano, y de esos había tenido a puñados, pero ¿qué sería de mí cuando mi cuerpo dejase de obedecerme, de funcionar? Supongo que nada nuevo. Todas las personas, las de mi alrededor y las de más allá, envejecen cada segundo, y no pasa nada: sólo pasa, sólo ocurre, y ya está. Yo no era especial, y acabaría muerto antes o después, así que decidí no alarmarme más si a alguien se le ocurría envejecer delante de mí.