Réflexions sur la puissance motrice du feu

Mi cabeza siempre está en las nubes, pero mi corazón vive en mis manos, y todo lo que toco mancha todo lo que tengo, como si me hubiera construido dentro de un cuadro que nunca termina de secarse: Da igual lo que pinte, otras manos emborronan las líneas que en otro tiempo asumí como intocables, imborrables, impenetrables, y con cientos de brazos atravesándome el pecho, arrastro un nudo cubierto de miradas afables. Constantemente dudo sobre si ser maleable y empaparme de todo lo que mi entorno puede darme puede a la vez desarmarme y dejarme desvalido; mis afectos son líquidos y toman la forma de aquel que, al verterme, sea capaz de contenerme, —antes siempre todo era insuficiente—.

Si no soy galope de antílope, entonces no soy nada; si no lo voy a sentir como una patada en el pecho, no me mueve, si no estoy fundido en el calor de un abrazo me siento a mil kilómetros, y si busco fundirme, por qué habría de apoyarme en un pecho frío, por qué me contentaría con mojar los dedos en un plato tibio, si lo que creo que merezco es, literalmente, todo lo que mi entorno pueda darme. Y entonces comprendo que sentirme desarmado sólo es ofrecerme vulnerable y poderoso, y que no hay mayor arma que la ternura y que, el deseo, que a veces mana violento, —hirviendo, hediendo y que termina por derramarse sobre todos mis intentos—, sólo toma esa forma para compensar todas aquellas veces que me sentí amado a medias, abrazado a través de una coraza cruel por un espíritu egoísta, y me niego a padecer a quienes no sienten la devoción que siento yo por ellos.

Si lo que me hace sentirme indestructible es saberme capaz de romperme al lado de los míos y reconstruirnos compartiendo los cimientos, no pienso abogar por una lealtad que no sea feroz: no pienso contentarme con menos.

Acerca de kateshogun

Escribo historias, estudio psicología y compongo música. Abierto a todo tipo de proyectos artísticos. Ver todas las entradas de kateshogun

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